domingo, 3 de febrero de 2013

Verdades que no se pueden callar


Quisiera “tapar el sol con un dedo”, para hacerte la vida feliz. 
Proporcionar en un ámbito tibio, con una media luz, 
la seguridad que necesitas.
Observar que nada te moleste, pero esto te haría indefensa…


Estoy convencida de que nuestro paso por el mundo está lleno de
abrojos, penas, obstáculos, sinsabores y pruebas…
Para ese entonces ya no estaré contigo.
Es el objetivo sano de mi frágil amor de abuelita, 
disfrazado de razón.

Me preguntarías por qué de esta charla y te diría que siempre, 
desde que tengo memoria, el débil me ha condolido, por
aquello de la impotencia, la cobardía y el desconcierto,  
de no saber qué hacer…

Un niño asustado, no se recupera, no lo podemos rescatar…

Un niño ofendido, guarda en la mitad de su pecho la agresión,
para sacarla si su impotencia es superada.
Así, hacemos cadena de nuestras experiencias y, 
las aplicamos después.


En la mitad del pecho, parte del cuerpo que no sabemos definir no hay 
espacio suficiente que permita entrar a la reflexión, al aplomo, AL FRÍO…

Está tan unida a la otra parte, que pasando tan rauda, deja al amor y da rienda 
suelta a la ira, ésta a la furia; así, simplemente, nos encontramos con el instinto, 
 que ha dejado hervir la esponja húmeda de nuestro cerebro.

Cuando el vapor de nuestro cerebro baja, es tarde. 
Qué hemos hecho? 
No sabemos, no entendemos, no asimilamos el acontecimiento.
Los arrepentimientos no curan, ni los argumentos alcanzan,
aflora, entre el uno y el otro, el mecanismo de defensa.
 

Tengo una triste anécdota:

Un día, uno de mis hijos lastimaba a un cucarrón,
yo, furiosa, quise salvar al insecto. 
Qué hice para protegerlo?
Lastimar terriblemente a mi hijo…

Esta anécdota vive en el centro de mi pecho, dónde el corazón, 
cuna del bien termina, para encontrar el principio del mal…
Allí, tácita, despierta muchas veces, para mostrar a mi alma 
las miserias de mi vida.


Volverás a preguntar, por qué abuelita?

Porque no respiré profundo, porque no volteé la mirada, no sentí
mi alma, no escuché al corazón, sino a mi herido EGO.

Qué hacer?      Disimular…
Síí, disimular mientras el viento pasa y el aire refresca nuestros
pulmones para impedir que el agua del cerebro hierva.


En el universo encuentras seres tan indefensos 
que confunden nuestro actuar. 
    
Por ejemplo, hay casos como éstos:

Un ave lastimada aumenta su ritmo cardiaco, hasta morir,
si queremos ayudarla.


Un corderito, lame la sangre de la mano de quien lo degolla y un 
perrito regresa al lado de quien lo ha golpeado. 
Ningún animal ataca, si no se siente agredido. 
Los niños son como las aves y los corderitos.
Los adultos, como los caballos y los perros.

   Al final de nuestra vida, los mayores y los ancianos vamos 
decreciendo envueltos en el arrepentimiento y los niños
siguen creciendo, unos indulgentes, otros alimentados de resentimiento.

¡No al aborto!




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