UNA
CARTA A GARCIA
III
Parte
En cierta ocasión me decía el jefe
de una gran fábrica:
Ve usted a ese contador que está
allí?
Sí, como no?
Es un gran contabilista; pero si lo
envío a la parte alta de la ciudad con cualquier objeto, puede que desempeñe la
misión correctamente;
pero puede ser también que en su
viaje se detenga en cuatro
cantinas y al llegar a la calle principal de
la ciudad
haya olvidado absolutamente a qué iba.
Podría confiársele a un sujeto así
la carta a García?
En los últimos tiempos es frecuente
oír hablar con gran
simpatía del pobre trabajador víctima de la
explotación industrial,
del hombre honrado, sin trabajo, que
por todas partes busca
inútilmente en qué emplearse.
A todo esto se mezclan palabras
duras contra los que están arriba,
nada se dice del jefe de industria que
envejece prematuramente
luchando en vano por enseñar a ejecutar a
otros un trabajo que ni quieren aprender ni les importa; ni de su
larga
y paciente lucha con colaboradores que no colaboran
y
que sólo esperan verlo volver la espalda para malgastar el
tiempo.
En todo
almacén, en toda fábrica, hay una continua
renovación de empleados.
El jefe despide a cada instante
a individuos incapaces de
impulsar su industria y llama
a otros a ocupar sus puestos.
Esta escogencia no cesa en tiempo alguno ni en los buenos
ni en los malos. Con la sola diferencia de que cuando hay
escasez de trabajo la
selección se hace mejor;
pero en todo tiempo y siempre el incapaz es despedido;
“ la ley de la
supervivencia de los mejores se impone".
Por interés propio todo patrono conserva a su servicio
los más hábiles; aquellos capaces de llevar la carta a García.
No al aborto
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