CARTA
A GARCIA
IV
parte
Conozco
a un hombre de facultades verdaderamente brillantes, pero inhábil para manejar
sus propios negocios y absolutamente inútil para gestionar los ajenos, porque
lleva siempre consigo la insana sospecha de que sus superiores le oprimen o
tratan de oprimirlo. Ni sabe dar órdenes
ni sabe recibirlas.
Si
se enviara con él la CARTA A
GARCIA contestaría muy
probablemente: 'llévela usted". Hoy este hombre vaga por las calles en
busca de oficio, mientras el viento silba al pasar por entre las hilachas de su
vestido.
Nadie que lo conozca se atreve a
emplearlo por ser un sembrador de discordia, No le entra la razón y sólo sería
sensible al taconazo de una bota número 45 de doble suela.
Comprendo que un hombre tan
deformado moralmente merece tanta compasión como si lo fuera físicamente; pero
al compadecerlo recordemos también a aquellos hombres que luchan por sacar triunfante
una empresa, sin que sus horas de trabajo estén limitadas por el pito de la
fábrica, y cuyo cabello se torna prematuramente blanco en la lucha tenaz por
conservar en su puesto a individuos de indiferencia glacial, ingrates, que le
deben a él el pan que se comen y el hogar que los abriga.
Habré exagerado? Puede ser; pero cuando todo
mundo habla los trabajadores, así, sin distinción ninguna; quiero tener una frase de
simpatía para el hombre que logra éxito; para aquel que, luchando contra todos
los obstáculos, dirige los esfuerzos de los otros, y cuando ha triunfado, solo
obtiene por recompensa -si acaso- pan y abrigo.
Yo también he trabajado a jornal y me he hecho la comida
con mis propias manos; he sido patrono y puedo juzgar por experiencia propia y
sé que hay mucho qué decir de parte y parte.
La pobreza no da excelencia por sí sola; los harapos no son
recomendación; no todos los patronos son duros y rapaces, ni
todos los pobres son virtuosos.
Mi corazón está con aquellos obreros que trabajan lo mismo
cuando el capataz esta presente que cuando está ausente.
¡No al aborto!
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