Los apelativos que nos daba mi madre a sus cuatro hijos menores,
causaban entre las
amistades algo así como un chiste, pues cuando
nos llamaban decían: ” Nené, nenecito, nena y nenito,
vengan a
tomar las nueves”, por ejemplo...
A
Blanca la llamaban Zancona, porque se subía a los árboles,
para esconderse, diría yo, para meditar y buscar soledad.
A
Luis, papá lo llamaba “Jesuita”, mi hermano no era tan expresivo.
A
Daniel y a Cecilia, mi madre cariñosamente les llamaba “yunta”,
por ser
gemelos.
Daniel
mereció muchos nombre, pero entre los que me acuerdo
lo llamaba “Chispas”, por
lo necio y “El Oportuno”, por gratitud.
Mi
tía Soledad le decía:“mi mayiyo”, apócope de –marido- por lo mucho
que significaba
el afecto por mi hermano.
A
Cecilia le decía “marmota”*, dado que le gustaba dormir.
Mi hermana creo que
fue quien más nombres tuvo, por ejemplo
mi tía Lucila la llamaba “Polaca”,
quizá por su linda cara.
Mi tía soledad “Cuartillo de manteca”, por gordita.
A
Guillermo, no me acuerdo, si a mí me hubiera tocado ponerle
un nombre lo
hubiera llamado “el abogado”…
Arturo fue quien más sobrenombres tuvo: Marucho, descalcificado…
Arturo fue quien más sobrenombres tuvo: Marucho, descalcificado…
A
Delia Teresa, *“marmota”, por dormilona y “Cucarachita.
A mí
“Hormiguita” y “Enana”, por la estatura.
Tuve sobrenombres de crítica,
como Chirimía, Chinchilla y Guadija,
por ser llorona.
Cada
apelativo guardaba una similitud de cómo ella nos veía,
eso constituyó de
pronto, una distinción y desarrollo a
nuestra personalidad.
No era educado colocar sobrenombres o apelativos, si así se llamaban,
fuera
de casa, pero dentro de la familia significan cariño o crítica,
según,
la característica.
Obsequio e historia de familia a
quien pueda interesar.
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