lunes, 9 de enero de 2012

Amor en bendiciones

 Corta reseña de mi hermana.
El 25 de diciembre, día del natalicio de mi madre y Natividad del Señor, es para muchos la real partida de Cecilia.
Mi hermana fue la tercera entre los ocho hijos y, cuarto su gemelo Daniel.
Por su protocolario estilo y forma de vida, siempre hablaba del árbol genealógico de los Bazzani Romero.
Fue la más sociable de nosotros, así que, cuando éramos niños, nos llevaba de visita dónde los amigos “chapinerunos”, que habitaban quintas de  amplios patios encuadrados con materas de geranios y novios, violetas y pensamientos dobles de diferentes colores, blanquísimas azucenas de Quito.
Ella era la de las historias de abuelos, papás, padrinos, amigos, colegios,  comidas y anécdotas con títulos, parecidos a los de la nobleza.
Cecilia fue la juvenil mamá presente de mi niñez, la sardina de hoy
la “cachaca” de su época, la gomela de los 70 y “coca-cola”, de los 60. La risueña y orgullosa niña que presumía de abolengos, apellidos,  familia, ancestro, clase y pergaminos...
Era la amiga y compañía ideal, increíble para dar consejos, recetas y ayudar a tomar decisiones, en un “santiamén”.
Generosa, con  tantas cualidades y virtudes, que en ocasiones había que perdonarle sus ligerezas y debilidades.
Despertó en mí, el buen gusto,  la música,  el baile, el trato social y el estilo rancio.
Siempre recalcó que era la más parecida a mi madre, sin embargo, yo diría que solo en sus caritativas actitudes, pues su genética era 90% de papá.
En Cecilia descargaba mi madre la otra parte de su responsabilidad,
la del acudiente, que reclamaba libretas de calificación,
asistía a eventos estudiantiles y reuniones de padres de familia.
Cecilia, quien representaba a mi madre en todas partes y hacía aparente autoridad en su ausencia, era solidaria con los “cuatro chiquitos”,  en juegos y pilatunas.
Mis dos mamás... La niña y la señora... a ambas debo
mucho de lo que soy.
Cómo me acuerdo de esa niñez de contrastes…
Mi madre era seria, responsable, la disciplinada mamá santafereña, que pagaba todo y todo ordenaba; la de exquisito comportamiento y sutiles modales; la diplomática, como la llamaban mis tíos.
Cuando mi hermana debía representar a mi madre, también tenía que lucir grande, era entonces, cuando usaba la ropa de mi madre recogida en la cintura. Su aspecto cambiaba por completo y nosotros, por lo menos yo,
la veía enorme, parecida a mi madre, pero siempre sonriente.
 
Cecilia continuará en nuestro corazón como la señora elegante,  espontánea e incondicional amiga, la alegre hermana y franca persona, que se atrevía a decir a cada uno lo que le parecía, porque era tremenda crítica e innata pedagoga, quien todo lo arreglaba con una carcajada.
Qué recuerdos! Bellos recuerdos que hacen un - hoy nostálgico –
de añoranzas presentes en los sueños y en las remembranzas.
Con todo mi reconocimiento, Esperanza



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