domingo, 8 de enero de 2012

Amor en bendiciones

Hablo en la voz de la añoranza de hace unos días a un alguien que no eres tú... es Dios. Alimento mi espíritu pensando que es la vida que nos tocó vivir, esa misma vida que es entregada por Dios y modelada por nosotros. No me gusta pelear con Él, pues la vida es Él mismo.


 A veces escribo como si te tuviera al frente…no para reclamarte no, sino reflexionar tácitamente por quienes traicionaron tu confianza y tus deseos.

El alma duele, no hay a quien culpar... que vuelva la esperanza, de todas formas hay un "quizá"… Estoy, deseando sin desear,  pidiendo  sin pedir.
Me olvidé que, discurriendo en remembranzas, pasaba la película de mi niñez y adolescencia.

Te amo como siempre,  como tal vez nunca lo expresé con palabras,  ni  caricias, sí con los actos hasta ese ingrato 13 de junio 1997, en el cual me abandonaste y ese solitario y vacío 8 de septiembre de 1998.

 Unos diciembres que fueron cargados de potajes y postres que preparabas para adornar nuestra gran mesa de cedro, en ocho puestos,  vestida con mantel blanco, florero y cubiertos en  donde se destilaba la elegancia y la etiqueta.

Debajo de la almohada "los regalos del Niño Dios"... ropa que deberíamos usar durante el año escolar;  "eso no era lo que había pedido..."
 “algún día...” Y así, año tras año, abriendo los paquetes de papel común o vistoso que no causaba alegría sino rabia.

Otros diciembres, aquéllos menos amplios, los que dejaban el sabor de la amargura más frustrada, con la puerta abierta a la esperanza del 6 de enero,  fiesta de los Reyes Magos, con la cual se cerraba la ilusión  porque era una promesa trunca que no daba paso al reclamo.

Los Reyes Magos, carecían de “magia”, llegabas con cuadernos, forros, colores; 
útiles escolares que suplían los sentimientos esperados y hacían aflorar otros.

Lo que si recuerdo muy bien es que jamás faltó la "Cena de Navidad", con ajiaco santafereño acompañado de pan francés, presa de gallina y un delicioso postre que escogíamos al gusto.  ¡Eran tantos...!

Cuando la cena no era ajiaco se cambiaba por tamales con chocolate, garulla, pan francés, mantequilla, queso, en fin tanto, que el posillo de chocolate era pequeño para tanta harina. 
A tu pregunta de: "Postre no quieren?" 
al unísono,  un "Síii.
Yo apartaba de mi plato la almojábana o garulla,  incluso el pan, con tal de que viniera el tan deseado postre: fuese el apetecido arequipe;  arroz de leche, dulce de mora;   
o, si fuere posible, los dos. Dulce de durazno, brevas, uchuvas en almíbar, papayuela, postre colombiano o manzanas acarameladas y natilla blanca.

Bueno, mi deseo es dejar constancia de mis recuerdos y no endulzar mi vida, que contrasta el ayer con el hoy...
quedo aquí con este triste y añorado episodio, para acordarme que,
así, comenzaba la fecha de tu cumpleaños...

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