Hablo en
la voz de la añoranza de hace unos días a un alguien que no eres tú... es Dios.
Alimento mi espíritu pensando que es la vida que nos tocó vivir, esa misma vida
que es entregada por Dios y modelada por nosotros. No me gusta pelear con Él,
pues la vida es Él mismo.
A veces escribo
como si te tuviera al frente…no para reclamarte no, sino reflexionar tácitamente
por quienes traicionaron tu confianza y tus deseos.
El alma
duele, no hay a quien culpar... que vuelva la esperanza, de todas formas hay un
"quizá"… Estoy, deseando sin desear,
pidiendo sin pedir.
Me olvidé
que, discurriendo en remembranzas, pasaba la película de mi niñez y
adolescencia.
Te amo
como siempre, como tal vez nunca lo
expresé con palabras, ni caricias, sí con los actos hasta ese ingrato
13 de junio 1997, en el cual me abandonaste y ese solitario y vacío 8 de
septiembre de 1998.
Unos
diciembres que fueron cargados de potajes y postres que preparabas para adornar nuestra gran
mesa de cedro, en ocho puestos, vestida
con mantel blanco, florero y cubiertos en
donde se destilaba la elegancia y la etiqueta.
Debajo de
la almohada "los regalos del Niño Dios"... ropa que deberíamos usar
durante el año escolar; "eso no era lo
que había pedido..."
“algún día...” Y así, año tras año, abriendo los
paquetes de papel común o vistoso que no causaba alegría sino rabia.
Otros
diciembres, aquéllos menos amplios, los que dejaban el sabor de la amargura más
frustrada, con la puerta abierta a la esperanza del 6 de enero, fiesta de los Reyes Magos, con la cual se
cerraba la ilusión porque era una
promesa trunca que no daba paso al reclamo.
Los Reyes
Magos, carecían de “magia”, llegabas con cuadernos, forros, colores;
útiles
escolares que suplían los sentimientos esperados y hacían aflorar otros.
Lo que si
recuerdo muy bien es que jamás faltó la "Cena de Navidad", con ajiaco
santafereño acompañado de pan francés, presa de gallina y un delicioso postre que escogíamos al gusto. ¡Eran tantos...!
Cuando la
cena no era ajiaco se cambiaba por tamales con chocolate, garulla, pan francés,
mantequilla, queso, en fin tanto, que el posillo de chocolate era pequeño para
tanta harina.
A tu
pregunta de: "Postre no quieren?"
al unísono, un "Síii.
Yo apartaba
de mi plato la almojábana o garulla,
incluso el pan, con tal de que viniera el tan deseado postre: fuese el
apetecido arequipe; arroz de leche,
dulce de mora;
o, si fuere posible,
los dos. Dulce de durazno, brevas, uchuvas en almíbar, papayuela, postre
colombiano o manzanas acarameladas y natilla blanca.
Bueno, mi
deseo es dejar constancia de mis recuerdos y no endulzar mi vida, que contrasta el ayer con el hoy...
quedo aquí
con este triste y añorado episodio, para acordarme que,
así, comenzaba
la fecha de tu cumpleaños...
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