sábado, 12 de mayo de 2012

Testimonio




Carta histórica que transcribo para ti,
para alguien que me comprenda...

Hace casi 15 años, cuidar a mi madre, fue fácil....
Fue enriquecerme de su pasado, conocer costumbres en el tiempo de su infancia, saber los nombres de sus familiares, anécdotas de cada uno de ellos;
hacerla recordar, con mis preguntas, su vida, saber de modas y comidas;
oír un poco la causa de su triste espíritu y cambiar rápidamente el tema;
evocar recuerdos, aquéllos, que al mirar su rostro veía iluminado, bajo el despliegue de sus labios; usar vocablos idos, los que traía a mi memoria para hacerla reír.

Cumplí mi meta, que  sólo duró dos semanas…porque volví a ver su mirada fija, nostálgica, preocupada y lo que me es peor, distante...

Insistí, con unas cuantas preguntas, para buscar la causa de su preocupante vacío moral y lo encontré en la humedad de sus ojos, en el temblor de sus manos, en el titubeo 
de sus palabras y en lo quebradizo de su voz...

Afloró el miedo de quedarse sola  y con el miedo, la angustia.
Sola, llamó mi madre, estar sin uno de nosotros, de ustedes.

Fácil poner en comunión la individualidad, el encuentro de mi espíritu
y el de mi madre.

“Confieso desde lo más profundo de mí, que fue fácil atenderla, cuidarla, durante esos meses que la vida me dio la oportunidad y que Dios permitió para reparar mis fallas anteriores”.

--Esta carta escrita hace un año, el 7 de junio de l997, cobra vigencia hoy l5 de junio de l998, (15 años ha, en 2012)--.

Linda experiencia fácil, humana y deliciosa. Exquisito ese encuentro de miradas y contacto de manos... era no ver sus canas, ni arrugas.

Era no sentir que estaba imposibilitada, sino complementar su necesidad,
cuando, fue tan grato, que la causa me ayudó a preparar mi incipiente vejez y dar ejemplo a la generación que empecé a dejar.

Atender a mi madre sin sentir que fue un peso, en mejores palabras, saber que nos acompañó, recreó; hablarle del pasado y encontrar el tema apropiado,
para no especular que deliraba, que inventaba, que “maquinaba”...

Sabes? Esa mujer fue la más inteligente que se haya pasado enfrente mío.
Sin jactancia, esa era mi madre.

Debía acompañarla, sin cronometrar la visita, era celosa sana de que le tasásemos el tiempo dedicado; si la ayudaba, no era para observar su limitado cuerpo,
sus impedimentos, era necesario mírarle su interior, dentro, muy dentro.
Permitir que aflorara su lucidez, respetar su memoria.
Dar apoyo a su truncada energía. 
Para aquella época, no me llené de pena, de aflicción, 
de preocupación o angustia...
La vida fue y ha sido tan generosa, que dejó a mi alma la frescura de la paz.

Hoy, al umbral de la vejez me permite observar el túnel venidero de la propia existencia.
Mi madre aparentemente no tenía otra enfermedad que su vejez, mas dentro…
En su propio interior, hubo algo, que aun hoy, ignoro.
Élla no era enferma terminal, estaba terminando su misión, la de servir de
apoyo, la de ayudar, la de mitigar el dolor y la de dar su amor...
Ser ejemplo de vida, porque –fue el mejor espejo
en el cual hubiera podido mirarme-.
Los médicos suavizaron su último paso por acá, no su espíritu, porque,
“El ánimo del hombre soportará su enfermedad”. Salomón

Fue la más prudente a nuestras quejas, tácita albergaba nuestros 
menesteres y al despedirnos, nos encomendaba a Dios.
Su angustia crecía en su afán por cobijarnos, para que nuestras 
inquietudes pasaran rápidamente...
Su amor no fue muy expresivo, SÍ, manifiesto, 
fué la persona que más nos ha amado.
Debí animarla sin faltarle al respeto, porque se le podía lastimar.
Además, como persona, qué admiré en mi madre? 
Su decoro, discreción, elegancia, 
pudor y -don de gente. 

Gracias a Dios, su lucidez fue plena; aproveché ese tiempo, el mejor,
desde el vértice diferente al de la realidad “Terminal” de todo ser.
Verla como era élla, mi madre, y aceptar que su edad a 1998, fue la más productiva,
 y, como dijera alguien, de quien ignoro su nombre:
“Un ser no envejece, cuando se arruga su piel, sino cuando se arrugan 
sus Ilusiones y sueños...”
Entre ellos, a sus 86 años, se creía necesaria; lo que ignoró fue que era mucho
 más que eso, era lo más importante en mi vida…y en el dolor de su partida quise   
dejar una corta remembranza de esta carta, tal vez la más larga que haya escrito, 
y la que dejé sin enviar a su destino, hace casi quince años, que ahora transcribo 
para ti, para alguien que me comprenda.
Porque el tiempo se va, pero el alma queda!...

1 comentario:

  1. Si mamita, el alma queda... el cuerpo se va pero los recuerdos quedan para siempre, hasta que Dios decida volverlos de nuevo instantes.

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