lunes, 4 de noviembre de 2013

Mi verdad, cuando tenía EGO...

Experiencias de ayer…
al florecer la esperanza del hoy…

Los indefensos y asustados pájarillos
La triste soledad que hoy me aqueja no es la
simple humedad de las lágrimas que ruedan por mis
envejecidas mejillas, es la desilusión de la labor,
aparentemente cumplida en el desconocimiento
de los duros, quienes en la ignorancia temen el resquebrajar
de un imperio de trampa, de explote en la constante
de una simulada docencia...donde quepa el abono
de laxos apetitos.

Es un mercado fácil el que llega a las  redes tejidas
de indómitos amos, que a su voz desmenuzan
el miedo que produce la deserción de un alumno.

En la escasa década de aventuras,  de “ires, venires y decires”,
 en el clásico espacio de la penumbra clase...
la que una y otra vez se ha tratado de limpiar,
con el objetivo de no dejar mancha, la que por horas
y minutos se lava en la angustiante idea de que sea mejor,
la que en más de una ocasión se ha transformado
para hacerla transparente y virtual.

Aquella monótona clase que se nutre de cursilerías
y anécdotas para, no del todo, engañar a esa juventud
que todo lo cree y  todo distorsiona.


Aquella repetitiva alocución, que para no escuchar el eco,
se ha lavado en el dolor causado por los epítetos
empobrecidos de odio y envidia de los fuertes,
los del dinero, los zaques y los jeques.

Ese discurso efusivo, orientador y honesto debe cambiarse
por  palabras sin amor, sin vida. Debe aplicarse el arbitrario
estímulo, por aquello del conjunto de impuestas monotonías
de un caduco sistema, obsoleto, empobrecido y tuerto.

Mauricio, el interesante chico amigo de Carolina,
la monitora del grupo C. me ha dado un sincero saludo
enriquecido de dulces calificativos, ha hecho despertar
mi aletargado dolor del viernes 16.

Ha hecho que descanse mi nostálgica voz en mil preguntas
y a su mirada ingenua y sin respuesta, yo misma,
las he contestado…
 Le he explicado como me siento desde que se me difamara*,
al "desenfreno abrupto", de las que yo creía mis clases,
a las que daba vida en mi energía y hacía propias,
para ser honesta.

El jeque ha botado a mi rostro el sueldo que me dan,
Para, al despedirme, su última voz fue:
“Mañana la espero en su aula, profesora…”

Con mi sueño hecho esperanza, hoy le perdono Zipa,
y sin rencor, le amo.

¡No a la guerra, ni al aborto!

* “De la calumnia,
algo queda”.

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