Experiencias
de ayer…
al florecer la esperanza del hoy…
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Los indefensos y asustados pájarillos |
La
triste soledad que hoy me aqueja no es la
simple
humedad de las lágrimas que ruedan por mis
envejecidas
mejillas, es la desilusión de la labor,
aparentemente
cumplida en el desconocimiento
de
los duros, quienes en la ignorancia
temen el resquebrajar
de
un imperio de trampa, de explote en la constante
de
una simulada docencia...donde quepa el abono
de
laxos apetitos.
Es
un mercado fácil el que llega a las
redes tejidas
de
indómitos amos, que a su voz desmenuzan
el
miedo que produce la deserción de un alumno.
En
la escasa década de aventuras, de “ires,
venires y decires”,
en el clásico espacio de la penumbra clase...
la
que una y otra vez se ha tratado de limpiar,
con
el objetivo de no dejar mancha, la que por horas
y
minutos se lava en la angustiante idea de que sea mejor,
la
que en más de una ocasión se ha transformado
para
hacerla transparente y virtual.
Aquella
monótona clase que se nutre de cursilerías
y
anécdotas para, no del todo, engañar a esa juventud
que todo lo
cree y todo distorsiona.
Aquella
repetitiva alocución, que para no escuchar el eco,
se
ha lavado en el dolor causado por los epítetos
empobrecidos
de odio y envidia de los fuertes,
los
del dinero, los zaques y los jeques.
Ese
discurso efusivo, orientador y honesto debe cambiarse
por palabras sin amor, sin vida. Debe aplicarse
el arbitrario
estímulo,
por aquello del conjunto de impuestas monotonías
de
un caduco sistema, obsoleto, empobrecido y tuerto.
Mauricio,
el interesante chico amigo de Carolina,
la
monitora del grupo C. me ha dado un sincero saludo
enriquecido
de dulces calificativos, ha hecho despertar
mi
aletargado dolor del viernes 16.
Ha
hecho que descanse mi nostálgica voz en mil preguntas
y
a su mirada ingenua y sin respuesta, yo misma,
las
he contestado…
Le he explicado como me siento desde que se me
difamara*,
al
"desenfreno abrupto", de las que yo creía mis clases,
a
las que daba vida en mi energía y hacía propias,
para
ser honesta.
El
jeque ha botado a mi rostro el sueldo que me dan,
Para,
al despedirme, su última voz fue:
“Mañana la espero en su aula, profesora…”
Con mi sueño hecho esperanza, hoy
le perdono Zipa,
y sin rencor, le amo.
¡No a la guerra, ni al aborto!
* “De la calumnia,
algo queda”.