viernes, 17 de agosto de 2012

Un pequeño arrecife, es un Tesoro

Cuando permitimos que el “agua del cerebro hierva…”
Nuestra mente se nubla y encontramos en tinieblas nuestro entendimiento.
Nuestro espíritu se ausenta y en la fragilidad de nuestra alma, solo queda la 
sombra de un abrupto comportamiento, unas veces rudo, otras torpe, 
y la mayoría de ocasiones violento.

Qué hermoso sería que nuestra alma no nos hiciera estas malas pasadas…
Aquella noche, mi corazón transido por la 
impotencia, dejó escapar suspiros…
La debilidad de mi angustia golpeó fuertemente 
mi cerebro, para gritarme que mi indiferencia 
radicaba en la falta de misericordia y, me pregunté:
-Es posible que no reacciones?
-Tienes tan poco, para defender el ángel que 
ha sido tan generoso contigo?
-Es más fácil presentar un aparente silencio 
ante la brutalidad de las corrientes 
de un mar embravecido?

                                                                      
                                                                                                                                                                                           Así comenzó la esponja de mi 
cerebro a mandar humedad 
a mi vista; minutos después, esa 
humedad comenzó a calentarse. 
Yo seguía exteriormente inmutable; 
las corrientes golpeaban al pequeño arrecife,
 el que de soslayo, alcancé a divisar humedecido 
también por las gotas, que de sus pequeños agujeros salpicaban su fase principal…
 
Éste, inmóvil, semejaba el sueño de los niños 
y yo quise defenderlo!

Cubrirlo con mis brazos y no pude moverme.
Para aquel momento, mi cerebro ya estaba tibio…
Poco a poco se fue calentando hasta llegar a una nebulosidad, 
que cegó mis sentidos…Aquel infame vapor había prohibido a mi espíritu 
pensar y huérfano de Dios, o con Él, no sé, defendí, de los brutales ruidos 
de la mar a mi arrecife que rescatado por segundos, abrió un poco más sus
agujeros para no dejarse romper…

Mis cortos brazos no alcanzaron a evitarlo y entonces, aquella voz 
que despierta el alma, la conciencia y el amor, dio un sacudón, 
que interna en mi cerebro, hizo actuar ciego. 
No vi más, porque el agua de él, estaba hirviendo.

Al despertar, caía agua sobre mis manos…y de ellas otras gotas 
que despertaron el aura de mis desvelos y me alimenté de ella…
Recordé que en los momentos más tristes de mi vida, 
muchas veces mirando al arrecife, me había alimentado 
de amor, de paz.

-Que mis sedentarios momentos se habían  convertido
en sutiles movimientos.
-Que mis largas horas eran insuficientes ya…
-Que mi corazón había revivido y, mi quebrada salud curado.
-Que los músculos faciales enmohecidos, se habían despegado y
-Que Dios había regresado a mí, convertido en un ángel que ecológico, 
alimentaba la planta de mi vida, porque todos los días la regaba de luz.

Señor, gracias por estos cortos años.
Gracias por darme sin pedir…
Por iluminar la oscuridad de mis tinieblas
 Por alimentar en mi espíritu la fe.
¡Gracias! 
Vuelvo a confiar en Ti.

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