Un silencio que no obedece
a humildad de espíritu,
ni a sencillez de corazón, sino a una afección física que
me lleva a pensar, retrospectivamente en cosas y casos que se
comentan y repiten.
el otro es un excelente escucha.
De mis tres hermanas, una
que sabía callar, otra que apenas habla
y otra que era una deliciosa
conversadora.
“Cajita de música”, el tan
dulce –sobrenombre-, dado por mi madre,
hizo que yo hablara…, no sé si mucho,
extra, o si debí callar
algunas veces…Lo cierto es que en este
corto tiempo de obligado
silencio, mi alma grita que así ha debido estar siempre mi voz…
Sin embargo, justificando
algo del atropello de mis palabras
y el hurto a las voces de quienes hablan,
acepto que la palabra
es un Don puesto al servicio del aula, en los oídos de
los discípulos.
El silencio, mientras los
demás hablan, nos hace entender
lo que se escucha, observar actitudes,
ver en lo profundo
del alma y escudriñar los pensamientos.
Nos permite saber la verdad y el engaño.
Nos deja comprender.
Muchos adagios que despertaron
en la familia estas cualidades,
defectos o virtudes. Por ejemplo hubo quienes
dijeron que una:
“hablaba hasta por los codos”. Otros, que quien sabe callar,
sabe observar.
En adagios de mi madre recuerdo:
“El silencio es más elocuente que la
palabra”.
“Quien calla otorga” y,
“Quien calla otorga” y,
“El silencio es la aceptación de la contraparte”.
sino también
la anécdota del joven congresista que en su primera
aparición ante la Cámara,
preguntó a su viejo maestro y político:
“Profesor, cree que es hora de que hable?
A lo que su antecesor, respondió:
“Preferiría que callara… Por lo menos hoy…”
La Virgen María fue la
Señora del Silencio”, según el P. Larrañaga,
y explica que jamás preguntó el “porqué
de los acontecimientos,
desde la Anunciación del Arcángel San Gabriel,
hasta la
Crucifixión de su HIJO JESUCRISTO”.
María obedecía y aceptaba con un “HÁGASE”
tu Voluntad.