lunes, 1 de julio de 2013

Fechas que no pasan jamás

Porque los sentimientos maternos jamás mueren 
y el duelo por un hijo no se contempla.
Mi hijo Rolando debería cumplir 41 años anteayer, 
para hacerme sentir, quizá más feliz, menos vieja…
Por eso, tomo de un antiguo y fiel archivo, algunos apartes 
para dejar en este blog verdades del alma 
y confesiones del corazón. 
A mi recóndita e injustificada pena después de su partida, 
comencé a desahogar mi corazón en un viejo cuaderno, 
que me servía de registro al dolor que no se puede 
comunicar a nadie.  
Obligar a la mente a sacar los pensamientos, 
para no permitir que el alma muera. 
El dolor no se sabe si se siente en el corazón o en el alma, 
o en el cuerpo, es algo que no se puede distinguir, ni explicar.

Rolando, dónde quiera que estés, desde que te concebí fuiste la llama viva.
Al nacer, el alimento diario en el albor 
de cada día.  
La felicidad de mis días, el consuelo y la paz 
en el ocaso y en la noche el descanso, en el cierre placentero de la faena que termina 
y la ilusión para el venidero día.
Fuiste el bello cáliz perfumado que me obsequió la vida en tu alumbramiento. 
Ahora, eres la luz constante de mis recuerdos tiernos y la locura perenne de una enlutada 
soledad sin ti...

Rolando nació el jueves, 
29 de junio de 1972, 
a las 3:30 de la madrugada.

Esta evocación no debe afectar a mis hijos, porque ellos alimentan mis días, arrullan mis sueños y mitigan la nebulosidad del tiempo.
Cada uno representa mi más caro amor.
Tampoco afectará a mi nieta, quien ocupa un especialísimo lugar en mi corazón..
Todos, con Jairo, en la mitad de mi alma.

                                                                    
Señor,
El pasado a tu misericordia.
El futuro a tu providencia.
El presente a tu amor.
Tú sabes Señor que solo tengo el HOY,
 para amarte, y en Ti a los que me has dado.
¡No al aborto!